DATOS DE
Manuel Caballero
Por fin, y tras un arduo camino, Manuel Caballero vuelve a conseguir su meta: estar arriba. Perdido entre pétalos dorados, con la mente envuelta en clorofila. Está en primera línea, con los honores, las medallas, los millones, la fama y todo el brillo que quieran. Pero, también, corroído por la responsabilidad y la tensión diaria.
“Estoy de acuerdo en todo, pero los millones se los lleva Victorino”, dice Caballero entre la sinceridad y la retranca. Y es que el miedo del albaceteño apenas tiene que ver algo con la tragedia artística, porque para este torero, la muerte de verdad es el fracaso, un regreso a la nada desde los ringorrangos del oro y la seda. “No me puedo volver a permitir el lujo de perder todo lo que he conseguido. Y si para eso tengo que matar victorinos, pues mejor que mejor, porque ya los conozco bastante bien y sé lo mucho que sirve triunfar con ellos”.
Sus paisanos y seguidores afirman que el diestro pertenece a la raza de los elegidos: elegidos para la gloria, a cambio de quemarse en el infierno, a cambio de moldear su arte en la fragua de la angustia, los falsos paraísos y la profunda soledad.
“No sólo soy un elegido, sino un privilegiado por hacer aquello que me gusta. El goce que me procura torear es indescriptible y hacerlo a un toro con movilidad, que humille y que sea tan repetidor como estos es un lujazo. Quizá mi temporada más redonda con los victorinos fue la del 98, cuando maté en solitario la Beneficencia. Ese año tuve hasta más suerte con las mujeres. Aunque claro, no tanta como el ganadero porque siendo tan feo, se las lleva de calle. No sé como lo hace. Su éxito al frente de lo de Escudero Calvo lo asumo y lo comprendo, pero lo de las féminas no lo entiendo. Ese será uno de los misterios taurinos del siglo XX”.
Marisa Arcas